Transcripción del discurso pronunciado en Sergude (A Coruña) con motivo del Día Internacional de los Bosques 2019.
Majestad, un honor Señor que esté hoy con nosotros. Muchísimas gracias por lo que representa de compromiso con el monte, con el sector forestal, con la naturaleza y con Galicia.
Excelentísimas e ilustrísimas autoridades (Presidente de la Xunta de Galicia, Ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Presidente del Parlamento de Galicia, Conselleiros, Alcalde, Delegado del Gobierno, Rector y Vicerrector, autoridades, coordinador de la Plataforma Juntos por los Bosques, amigas y amigos).
En primer lugar, quiero agradecer a la «Plataforma Juntos por los Bosques» su invitación a este acto. Como buena parte de los gallegos tengo mis orígenes familiares firmemente enraizados en el rural y en el monte gallego, en mi caso los de la Mariña lucense y de ello he presumido siempre y también, como a buena parte de los gallegos, la vida me ha llevado a desarrollar mi carrera profesional en la ciudad, afortunadamente dentro de Galicia. Si además hablamos de educación y cultura, no puedo imaginarme un entorno más atractivo que este acto.
Decía Saramago que el hombre más sabio que vio en su vida fue su abuelo, pastor y contador de historias que había vivido toda su vida en el campo y que, cuando intuyó que sus días en este mundo se terminaban, abrazó a todos y cada uno de los árboles con los que había convivido toda su vida y se despidió de ellos.
Es imposible no emocionarse con la lectura del breve relato de Jean Giono “El hombre que plantaba árboles”. Cuenta la historia de un solo hombre, un campesino iletrado y solitario que, con sus simples recursos físicos y morales, sin medios técnicos, plantando con sus manos semilla a semilla, entre 1913 y 1947 fue capaz de hacer surgir de una tierra desierta un inmenso bosque de robles, encinas, hayas y abedules, una obra digna de Dios, dice el autor, pero producida a través de una transformación tan paulatina, que se confundió con lo ordinario sin causar asombro alguno. Cuenta que un agente forestal, viendo el trabajo sosegado y regular, el aire vivificante de las alturas, la frugalidad y, sobre todo, la serenidad espiritual de aquel selvicultor cuando ya era anciano, exclamó: sabe mucho más que nadie porque ha encontrado una forma perfecta de ser feliz.
Se dedica este Día internacional de los bosques a la Educación y Cultura Forestal. Magnífica idea. Suelo decir que somos lo que hacen de nosotros familia y educación.
Los consultores educativos advierten que los niños actuales están siendo educados en ambientes artificiales que sustituyen a la realidad y eso les hace perder su sentido de la belleza y su capacidad de asombro. Piensan que las cosas reales son feas porque están acostumbrados a la falsa pulcritud de lo virtual. El divulgador científico Richard Louv define como Trastorno de Déficit de Naturaleza o síndrome de Heidi al conjunto de alteraciones que padecen los niños que viven alejados del medio natural.
En el borrador de la reforma educativa que el actual gobierno ha enviado al congreso, el término “Medio Ambiente” no figura ni una sola vez en los 69 folios del texto. Tampoco aparece como competencia transversal y ha sido eliminada como asignatura al final de la secundaria. En los libros de texto de los primeros niveles de enseñanza, la selvicultura se desconoce y si se habla de los montes o bosques es desde una perspectiva exclusivamente conservacionista. A la misma velocidad que en las escuelas se ponen de moda las TIC, la robótica o la programación de videojuegos, por poner algunos ejemplos, va camino de desaparecer la educación ambiental. Nos estamos equivocando. Nuestros niños y jóvenes nunca podrán llegar al nivel de felicidad del campesino de Jean Giono.
Estamos en Galicia y los gallegos llevamos tanto el bosque en nuestra alma que hasta homenajeamos a los “pinos rumorosos” en nuestro himno. Aunque la verdad es que aquí hablamos poco de bosques y mucho más de montes, o de sotos y de fragas porque como dejó dicho Wenceslao Fernández Flórez en su novela el “Bosque Animado”: (…) si solo hay pinos o castaños o robles eso es un bosque, pero si es un bosque entregado a sí mismo, que es un ser hecho de muchos seres porque en él se mezclan especies diversas de árboles, eso es una fraga (…), como lo era la de Cecebre, a escasos kilómetros de A Coruña, cuando él escribió su novela en 1943 y hoy ya lamentablemente desaparecida.
Sea en bosques, sotos o fragas, en Galicia los árboles forman parte de nuestra cultura porque literalmente vivimos entre ellos. Un 68% de nuestro territorio, 2M de hectáreas de un total de 3M, es superficie forestal. Dos terceras partes de Galicia son monte. El 65% de esa superficie (1.300.000 Ha) son montes privados de aproximadamente 500.000 propietarios y el 33% (660.000 Ha) son montes vecinales de 2.800 comunidades en mano común. Solo 40.000 Ha, el 2% del total son montes públicos.
La conclusión es clara, detrás de un monte hay siempre un propietario y mayoritariamente es un particular. Social y culturalmente es lícito decir que el monte es para el disfrute de todos, pero tiene dueño y la gestión forestal, esencial para el desarrollo económico y social y por tanto para el bienestar de nuestro rural, depende de la economía de los propietarios privados. La propiedad privada genera más de 3.000 empresas que configuran la cadena forestal gallega. Según estimaciones de la Asociación Forestal de Galicia (AFG), en el año 2018 se cortaron en los montes privados gallegos 9.716.425 metros cúbicos de madera frente a solo 355.000 en los montes de gestión pública, cifra que no llega al 4% de las cortas totales en Galicia que, en global, aporta anualmente el 50% de la madera de España.
La facturación total de los propietarios gallegos privados, particulares y comunidades de montes con gestión propia, se estima que ascendió en el pasado año a 278 millones de euros, de los que casi 205 los aportó el eucalipto que, por ello y como mínimo, es indudable que tiene un papel muy relevante en la economía del rural gallego, aspecto que no se puede ignorar al valorar esta especie forestal.
Perspectivas exclusivamente ecologistas o conservacionistas, olvidan a menudo que en el modelo de economía de mercado basado en el respeto de la propiedad privada y de la libertad de empresa, único posible en el mundo actual, solo puede haber gestión sostenible si el monte es rentable para el propietario.
Un monte rentable fomenta la inversión, fija población en el medio rural, produce más en menos tiempo y arde menos, genera riqueza y distribuye recursos, puede asumir costes adicionales para cumplir principios ambientales y sociales de gestión forestal responsable y sostenible y, por lo tanto, es proclive a la auditoría ambiental vía certificación forestal, lo que acerca la cadena de valor al consumidor final. Necesitamos encontrar el equilibrio entre función ecológica, beneficio sociocultural y aprovechamiento económico del monte y ello solo es posible si centramos la gestión forestal en criterios de rentabilidad, además de buscar la sostenibilidad medioambiental.
Y para su rentabilidad, el monte gallego necesita aprobar algunas asignaturas pendientes.
Tenemos la propiedad agrícola y forestal más partida y repartida de Europa. Necesitamos incorporar en la cadena de valor forestal a miles de parcelas abandonadas, muy fragmentadas y dispersas por toda Galicia como consecuencia del tradicional minifundismo gallego. Cuando hace más de 30 años empecé a ocuparme de las propiedades rurales de mi familia, veía como propietarios, caseros y llevadores defendían sus tierras porque de ellas dependía su vida. Hoy nadie quiere llevar esas tierras y montes, yo tengo que pagar para que alguien los desbroce y en algunos casos ni siquiera soy capaz de identificarlos y llegar a ellos. Para bien o para mal, los tiempos y las mentalidades han cambiado y nuestra sociedad está hoy “abonada” para el cambio. En la era de la globalización, de las nuevas tecnologías digitales, de la bioeconomía y de la cuarta revolución industrial, el minifundismo es una lacra histórica inadmisible y necesitamos herramientas legales para salir de ella.
Precisamos una gestión del monte activa y eficiente de la mano de la Administración Pública. El monte necesita y merece más inversión en investigación. Algunos programas de colaboración público-privada como los que están permitiendo llevar a cabo en el Centro de Investigación Forestal de Lourizán el DELFOR “Dispositivo Experimental de Lume Forestal”, un túnel del fuego para realizar experimentos de quema en ensayos de simulación del comportamiento del fuego en incendios forestales, o la selección y mejora genética de las principales especies forestales de interés para Galicia, son ejemplos de buenas prácticas a seguir.
Hay que dar certeza y estabilidad a la propiedad forestal, resolver rápidamente deslindes cuya prolongación en el tiempo genera incertidumbre y compromete la rentabilidad del monte de particulares y de comunidades de montes, armonizar registro de la propiedad, catastro y realidad física, simplificando trámites y procedimientos. Creo que represento a la inmensa mayoría de los propietarios forestales si digo que agradecemos y valoramos la todavía reciente supresión del impuesto de transmisiones patrimoniales en la transmisión de fincas rusticas y apoyamos ahora la iniciativa legislativa en curso en Galicia para la mejora de la estructura territorial forestal, movilizando y poniendo en el mercado montes abandonados, integrando propiedades de titulares desconocidos y favoreciendo la reestructuración parcelaria por particulares, a fin de lograr la formación de superficies con una cabida mínima que permita su rentabilidad. ¡Adelante! Porque el derecho de propiedad privada es sagrado, pero también lo es su función social tal y como reconoce el artículo 33 de nuestra Constitución.
Concluyo ya, aplicando aquí, porque vale también para el monte, lo que los Consejos Sociales de las universidades españolas llevamos tiempo predicando sobre las reformas necesarias en educación y universidades en España. Hace falta en quienes tienen que llevarlas a cabo valentía, porque no son fáciles pero hay que hacerlas; generosidad, porque los resultados se verán a medio y largo plazo y siempre más allá de las próximas elecciones; y grandeza de miras, porque de que se hagan depende que mejore el futuro de todos.
Muchas gracias.